La hija del bandido

—Lo juzgas así porque no conoces mis planes, Teodoro; y precisamente para realizarlos he ocurrido a ti: necesito de Cecilia Miranda porque teniéndola en mi poder arrancaré al coronel una firma, una inculpación falsa, que dará cima a mi proyecto.

Cuando el vizconde estuvo solo lanzó una sonora carcajada, exclamando:
—¡Parece increíble! Necesitaba una sobrina y, sin buscarla, se me ha venido a las manos. Decididamente soy hombre de suerte.

—Te recuerdo solamente que yo subiría a la horca, pero tú irías delante de mí —dijo con sorna terrible el capitán.

—Hubiera sido lo mismo: los nobles queréis oler a melón cuando solo apestáis a guaje.
—¡Colombo! —murmuró el vizconde, yendo a cerrar la puerta.
—Es decir, los nobles como tú, que se hacen de un día para otro, como el jocoqui.

—Hubiera sido lo mismo: los nobles queréis oler a melón cuando solo apestáis a guaje.

¡Vamos!, esto es fácil, muy fácil: un testamento falso… algunas pruebas… y el medio millón vendrá a mis manos como el maná a las manos de los israelitas

Contaba 45 años y se llamaba don Roque Luis de Alvarado, vizconde de Tuneranda. Era español de origen y con mucha frecuencia sacaba pergaminos que, según él, databan de una nobleza antigua. Pero lo cierto es que nadie había conocido la tal rama genealógica,

—Puede ser, pero tú eres mujer y las mujeres mienten con mucha frecuencia:

Porque la mujer ha sido, es y será siempre lo que el hombre quiera que sea.

Muchos hombres han gastado su tiempo en satirizar en la mujer la mentira y el fingimiento,