Gestiona la ansiedad

. El trastorno de ansiedad —en el que se incluyen el trastorno de ansiedad generalizada

Cuando ­vemos nuestras propias emociones dolorosas como una «amenaza» contra la que tenemos que luchar o de la que tenemos que huir, nos convertimos en nuestro propio enemigo. Así pues, ¿qué tal si, en lugar de trabajar contra nosotros mismos e intentar resistir o escapar de los sentimientos negativos, tan solo los saludáramos?

En términos generales, la ansiedad se vuelve problemática cuando sentimos que no podemos manejarla

El criterio básico para determinar si el estrés o la ansiedad se han vuelto problemáticos es que hayan empezado a afectar negativamente áreas clave de la vida, como el trabajo o las situaciones sociales. «Tal vez tienes problemas para dormir o para ­concentrarte, o presentes más síntomas como la irritabilidad o la tristeza», dijo Marques. «La regla de oro es que estas cosas tienen que darse de forma constante durante el tiempo suficiente para que puedan calificarse de trastorno de ansiedad»

Cuando sufrimos ansiedad —e incluso estrés—, el lóbulo frontal del cerebro, que suele encargarse del control cognitivo, se desconecta, lo que significa que somos menos capaces de pensar de forma crítica y de hacer cosas como planificar, organizar, pensar en el futuro o controlar nuestros propios impulsos

esa primera punzada de estrés puede desencadenar un bucle de temor, preocupación y autocrítica. Este popurrí de emociones es lo que llamamos ansiedad.

la ansiedad tiene múltiples componentes, entre los que se encuentra el pensamiento excesivo

El estrés crónico puede provocar distintos problemas de salud física y mental, como por ejemplo hipertensión, problemas digestivos, ansiedad, depresión o insomnio. Por eso la gestión del estrés es tan importante

El estrés y la ansiedad están relacionados, pero no son sinónimos. Ambos son respuestas adaptativas normales a los retos de la vida —el trabajo, las relaciones o la mortalidad, por mencionar solo algunos— y comparten muchos síntomas, como la preocupación, los dolores de estómago, el nerviosismo, la tensión muscular, los pensamientos acelerados, las jaquecas, las noches de insomnio o todas las anteriores.

i escuchamos a nuestra ansiedad —en lugar de intentar silenciarla—, nos damos la oportunidad de romper el círculo vicioso. Pregúntate: «¿Qué está pasando? ¿Hay alguna razón por la que me siento así? ¿Qué puedo hacer al respecto?».
Está claro que es más fácil decirlo que hacerlo. Cuando sufrimos ansiedad —e incluso estrés—, el lóbulo frontal del cerebro, que suele encargarse del control cognitivo, se desconecta, lo que significa que somos menos capaces de pensar de forma crítica y de hacer cosas como planificar, organizar, pensar en el futuro o controlar nuestros propios impulsos. En su lugar, la parte más primitiva de nuestro cerebro —la amígdala— toma el mando. Los expertos lo llaman el «secuestro de la amígdala».