En Alvarado, Francisca y Javier tuvieron un patio nuevo con sus macetas y sus pájaros. Las plantas crecieron, verduras entraron y salieron del refrigerador, de la licuadora, de la olla de la sopa. Vendedores tocaron a la puerta, hubo gripas, luces de Navidad, peleas y disculpas más o menos sinceras. Se silbaron melodías inventadas y aprendidas, sonó el radio, el teléfono, la campana del camión recolector de basura que a veces había que perseguir corriendo varias cuadras. El rechinido de las puertas de madera de su casa, que al principio intentaron erradicar con Aceite 3-en-1, se volvió tan cotidiano que dejó de molestarles.