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Alejo Carpentier

Los pasos perdidos

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  • marteцитує2 роки тому
    Pero nada de esto se ha destinado a mí, porque la única raza que está impedida de desligarse de las fechas es la raza de quienes hacen arte, y no sólo tienen que adelantarse a un ayer inmediato, representado en testimonios tangibles en plena conciencia de lo hecho hasta hoy. Marcos y Rosario ignoran la historia. El Adelantado se sitúa en su primer capítulo, y yo hubiera podido permanecer a su lado si mi oficio hubiera sido cualquier otro que el de componer música —oficio de cabo de raza—.
  • marteцитує2 роки тому
    Además, aquí se plantea una cuestión de trascendencia mayor para mi andar por el Reino de este Mundo —la única cuestión, en fin de cuentas, que excluye todo dilema: saber si puedo disponer de mi tiempo o si otros han de disponer de él, haciéndome bogavante o espaldero de galeras, según el celo puesto por mí en no vivir y servirlos—. En Santa Mónica de los Venados, mientras estoy con los ojos abiertos, mis horas me pertenecen. Soy dueño de mis pasos y los afinco en donde quiero.
  • marteцитує2 роки тому
    No quiero volver a hacer mala música, sabiendo que hago mala música. Huyo de los oficios inútiles, de los que hablan por aturdirse, de los días hueros, del gesto sin sentido, y del Apocalipsis que sobre todo aquello se cierne.
  • marteцитує2 роки тому
    Cuando el recuerdo de Rosario se encaja en mi carne como un dolor intolerable, emprendo interminables caminatas que me conducen siempre al Parque Central, donde el olor de los árboles herrumbrosos de otoño, que ya se adormilan en brumas, me procura algún aplacamiento. Algunas cortezas, húmedas de lluvia, me recuerdan, al tacto, las leñas mojadas de nuestras últimas fogatas, con su humo acre que hacía llorar riendo a Tu mujer, junto a la ventana donde se asomaba a tomar resuello. Contemplo la Danza de los Abetos, buscando en el movimiento de sus agujas algún signo propiciatorio. Y a tanto llega mi imposibilidad de pensar en nada que no sea mi regreso a lo que allá me espera, que veo, cada mañana, presagios en las primeras cosas que me salen al paso: la araña es de mal agüero, como la piel de serpiente expuesta en una vitrina; pero el perro que se me acerca y deja acariciar es excelente. Leo los horóscopos de la prensa. Busco augurios en todo. Anoche soñé que estaba en una prisión de muros tan altos como naves de catedrales, entre cuyos pilares se mecían cuerdas destinadas al suplicio de la estrapada; también había bóvedas espesas, que se multiplicaban en lontananza, con una ligera desviación hacia arriba, cada vez, como cuando un objeto se mira en dos espejos colocados frente a frente. Al final, eran penumbras de subterráneos, donde sonaba el galope sordo de un caballo. El colorido de aguafuerte de todo aquello me hizo pensar, al abrir los ojos, que algún recuerdo de museo me había hecho cautivo de las Invenzioni di Carceri del Piranesi. No pensé más en esto durante todo el día. Pero, ahora, que cae la noche, entro en una librería para hojear un tratado de interpretación de los sueños: «CÁRCEL. Egipto: se afirma la posición. Ciencias ocultas: en perspectiva, amor de una persona de la que no se espera o desea ningún afecto. Psicoanálisis: vinculada a circunstancias, cosas y personas, de las que hay que librarse».
  • marteцитує2 роки тому
    Me fugaré de aquí, divorciado o no. Pero para llegar hasta Puerto Anunciación necesito dinero, un dinero que crece en importancia, en cuantía, a medida que transcurre el tiempo, y sólo encuentro pequeños encargos de instrumentación, que ejecuto con desgana, sabiendo, al cobrarlos, que estaré nuevamente sin recursos dentro de una semana. La ciudad no me deja ir. Sus calles se entretejen en torno mío como los cordeles de una masa, de una red, que me hubieran lanzado desde lo alto. De semana en semana me he ido acercando al mundo de los que lavan la camisa única en la noche, cruzan la nieve con las suelas agujereadas, fuman colillas de colillas y cocinan en armarios. Aún no he llegado a tales extremos, pero el reverbero de alcohol, la cazuela de aluminio y el paquete de avena forman parte ya del moblaje de mi cuarto, anunciando algo que contemplo con horror. Paso días enteros en la cama, tratando de olvidar lo que me amenaza con lecturas maravilladas del Popol-Vuh, del Inca Garcilaso, de los viajes de fray Servando de Castillejos. A veces abro el tomo de Vidas de Santos, encuadernado en terciopelo morado donde se estampan en oro las iniciales de mi madre, y busco la hagiografía de Santa Rosa que se abriera bajo mis ojos, por misteriosa casualidad, el día de la partida de Ruth —día en que tantos rumbos se trastocaron sin estrépito, por obra de una asombrosa convergencia de hechos fortuitos—. Y, cada vez, hallo una mayor amargura al encontrarme con la tierna letrilla que parece cargarse de lacerantes alusiones:

    ¡Ay de mí! ¿A mi querido

    quién le suspende?

    Tarda y es mediodía,

    pero no viene.
  • marteцитує2 роки тому
    Tampoco me perdona, mi empresa publicitaria, la demora en regresar, en tanto que Hugo, mi antiguo asistente, ha pasado a ser jefe de estudios. He buscado infructuosamente alguna tarea en esta ciudad donde hay cien aspirantes para cada cargo.
  • marteцитує2 роки тому
    Me detengo ante la vitrina de una galería de pintura, en que se exhiben ídolos difuntos, vaciados de sentido por no tener adoradores presentes, cuyos rostros enigmáticos o terribles eran los que interrogaban muchos pintores de hoy para hallar el secreto de una elocuencia perdida —con la misma añoranza de energías instintivas que hacía buscar a numerosos compositores de mi generación, en el abuso de los instrumentos de batería, la fuerza elemental de los ritmos primitivos—. Durante más de veinte años, una cultura cansada había tratado de rejuvenecerse y hallar nuevas savias en el fomento de fervores que nada debieran a la razón. Pero ahora me resultaba risible el intento de quienes blandían máscaras del Bandiagara, ibeyes africanos, fetiches erizados de clavos, contra las ciudades del Discurso del Método, sin conocer el significado real de los objetos que tenían entre las manos. Buscaban la barbarie en cosas que jamás habían sido bárbaras cuando cumplían su función ritual en el ámbito que les fuera propio —cosas que al ser calificadas de «bárbaras» colocaban, precisamente, al calificador en un terreno cogitante y cartesiano, opuesto a la verdad perseguida. Querían renovar la música de Occidente imitando ritmos que jamás hubieran tenido una función musical para sus primitivos creadores. Estas reflexiones me llevaban a pensar que la selva, con sus hombres resueltos, con sus encuentros fortuitos, con su tiempo no transcurrido aún, me había enseñado mucho más, en cuanto a las esencias mismas de mi arte, al sentido profundo de ciertos textos, a la ignorada grandeza de ciertos rumbos, que la lectura de tantos libros que yacían ya, muertos para siempre, en mi biblioteca. Frente al Adelantado he comprendido que la máxima obra propuesta al ser humano es la de forjarse un destino
  • marteцитує2 роки тому
    Siento que habré de combatir la más terrible de todas las tiranías: la que suelen ejercer los que aman sobre la persona que no quiere ser amada, asistidos por la tremenda fuerza de una ternura y una humildad que desarman la violencia y acallan las palabras de repudio. No hay peor adversario, en una lucha como la que voy a librar, que quien acepta todas las culpas y pide perdón antes de que le señalen la puerta.
  • marteцитує2 роки тому
    No me quiero marchar, sin embargo. Pero admito que carezco de cosas que se resumen en dos palabras: papel, tinta. He llegado a prescindir de todo lo que me fuera más habitual en otros tiempos: he arrojado objetos, sabores, telas, aficiones, como un lastre innecesario, llegando a la suprema simplificación de la hamaca, del cuerpo limpiado con ceniza y del placer hallado en roer mazorcas asadas a la brasa. Pero no puedo carecer de papel y de tinta: de cosas expresadas o por expresar con los medios del papel y de la tinta. A tres horas de aquí hay papel y hay tinta, y hay libros hechos de papel y de tinta, y cuadernos, y resmas de papel, y pomos, botellas, bombonas de tinta. A tres horas de aquí… Miro a Rosario. Hay en su semblante una expresión fría y ausente, que no expresa disgusto, angustia ni dolor. Es indudable que advierte mi zozobra, pues sus ojos, que evitan los míos, tienen la mirada dura, altiva, de quien quiere demostrar a todos que nada de lo que pueda ocurrir importa.
  • marteцитує2 роки тому
    Desde donde se encuentra no puede ver mi rostro en sombra, ni podrá observar mi expresión cuando le hable. Me decido por fin a preguntarle, con voz que no me suena muy firme, si ella cree útil o deseable que nos casemos. Y cuando creo que se va a agarrar de la oportunidad para hacerme el protagonista de un cromo dominical para uso de catecúmenos, la oigo decir, asombrado, que de ninguna manera quiere el matrimonio. Al punto se transforma mi sorpresa en celoso despecho. Voy hacia Rosario, muy dolido, a pedirle explicaciones. Pero me deja desconcertado con una argumentación que es la de sus hermanas, fue sin duda la de su madre, y es probablemente la razón del recóndito orgullo de esas mujeres que nada temen: según ella, el casamiento, la atadura legal, quita todo recurso a la mujer para defenderse contra el hombre. El arma que asiste a la mujer frente al compañero que se descarría es la facultad de abandonarlo en todo momento, de dejarlo solo, sin que tenga medios de hacer valer derecho alguno. La esposa legal, para Rosario, es una mujer a quien pueden mandar a buscar con guardias, cuando abandona la casa en que el marido ha entronizado el engaño, la sevicia o los desórdenes del licor. Casarse es caer bajo el peso de leyes que hicieron los hombres y no las mujeres. En una libre unión, en cambio —afirma Rosario, sentenciosa—, «el varón sabe que de su trato depende tener quien le dé gusto y cuidado». Confieso que la campesina lógica de este concepto me deja sin réplica. Frente a la vida, es evidente que Tu mujer se mueve en un mundo de nociones, de usos, de principios, que no es el mío. Y, sin embargo, me siento humillado, en un plano de molesta inferioridad, porque soy yo, ahora, el que quisiera obligarla a casarse; soy yo quien aspira a verse pintado en la edificante estampa nupcial, oyendo a fray Pedro pronunciar la fórmula ritual de casamiento, ante la indiada reunida
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