8.8: el miedo en el espejo

El dolor cercano se vive mejor en el llanto que en la página.

¿De cuántos techos nos salvamos? ¿Cuántos muros nos ahorraron su caída?

Hay que tomar lecciones de abismo para habitar la superficie de la Tierra.

Quienes no hemos elegido una bala como la del poeta Kleist, enfrentamos la principal lección de la supervivencia: “falta un día menos” para que el mundo se vuelva a terminar.

“La muerte del otro”, escribe Jacques Derrida, “no únicamente pero sí principalmente si se le ama, no anuncia una ausencia, una desaparición, el final de tal o cual vida, es decir, de la posibilidad que tiene un mundo (siempre único) de aparecer a tal vivo. La muerte proclama cada vez el final del mundo en su totalidad, el final de todo mundo posible, y cada vez el final del mundo como totalidad única, por lo tanto irremplazable y por lo tanto infinita”.

sólo es dueño de sí mismo quien ejerce su voluntad contra la mudable fortuna.

En ocasiones, quienes sobreviven a una situación de exterminio sienten culpa de seguir vivos y buscan aniquilarse por otros medios.

La oportunidad de no morir exige examen de conciencia.

Todo terremoto convierte a los sobrevivientes en víctimas omitidas: podrían haber muerto pero se salvaron. ¿Responde esto a una casualidad o a un designio?

“La Tierra renueva la memoria, quiebra la loza de la abuela para recordarnos la fragilidad”.