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Anaïs Nin

Delta de Venus

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  • Thelady Otakuцитує5 років тому
    El sexo clínico, desprovisto de todo el calor del amor —la orquestación de los sentidos: tacto, oído, vista, gusto, y todos los acompañamientos eufóricos, la música de fondo, los humores, la atmósfera, las variaciones—, le obligaba a recurrir a los afrodisíacos literarios.
  • almoamantesцитуєторік
    sto es lo que ha producido nuestra época, porque la tensión entre lo masculino y lo femenino se ha roto. La mayor parte de la gente es mitad y mitad.
  • almoamantesцитуєторік
    sexo debe mezclarse con lágrimas, risas, palabras, promesas, escenas, celos, envidia, todas las variedades del miedo, viajes al extranjero, caras nuevas, novelas, relatos, sueños, fantasías, música, danza, opio y vino.
  • almoamantesцитуєторік
    mezclarlo con la emoción, la ansiedad, el deseo, la concupiscencia, las fantasías, los caprichos, los lazos personales y las relaciones más profundas,
  • almoamantesцитуєторік
    El lenguaje del sexo aún está por inventarse
  • emanonцитує2 роки тому
    ¿Qué se había hecho de aquel indomable y voluntario salvaje a quien encontrara en un camino de montaña una deslumbrante mañana? Ahora estaba domesticado.
  • emanonцитує2 роки тому
    Se enfurecía y procuraba conquistarla con las caricias más salvajes. A veces la trataba brutalmente, como si fuese una ramera y pudiera pagarle por su sumisión. En otras ocasiones se esforzaba por enternecerla con mimos. Se volvía pequeño, casi como un niño, en sus brazos.
  • emanonцитує2 роки тому
    «Ahora su mano me levanta despacio el vestido; muy despacio. Primero me mira. Una mano descansa en mis nalgas, y la otra comienza a explorar, deslizándose, describiendo círculos. Ahora introduce el dedo allí, donde está húmedo. Lo toca del mismo modo que una mujer toca una pieza de seda para comprobar su calidad. Muy despacio.»
  • emanonцитує2 роки тому
    Cuando el deseo hubo permeado cada pequeño poro y cada pelo de sus cuerpos, se abandonaron a violentas caricias.
  • emanonцитує2 роки тому
    —Si al menos —le había dicho Miguel— fueras muy pasiva, muy dócil, muy, muy inactiva, podría desearte. Pero siempre noto en ti un volcán a punto de estallar, un volcán de pasión, y eso me asusta.

    O bien:

    —Si no fueras más que una puta y pudiera sentir que no eres ni demasiado exigente ni demasiado crítica, podría llegar a desearte. Pero siendo tú, notaría que tu brillante cabeza me está observando, que me despreciaría si fallara, si, por ejemplo, de pronto me volviera impotente.
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