Para Sloterdijk, la lectura, una actividad elemental de la cultura letrada, constituye no solo un acto solipsista y gratificante, sino una práctica humanística destinada a ser monitoreada por la elite. Así, el filósofo establece un vínculo innegable entre poder y lenguaje, es decir, entre el poder y el valor idealizado, ideológico, de la escritura y la lectura, ejercicios culturales impuestos en sociedades colonizadas como dispositivos que celebran la lengua del Amo