Tengo los ojos llenos de lágrimas, y son lágrimas de verdad. Ahora lo he entendido gracias a una pregunta del Doctor Zhivago que se me había quedado grabada en una de las lecturas de Patricia: «¡Qué bello es el mundo! —pensó—. Pero, ¿por qué está siempre lleno de dolor?». Las lágrimas son la forma en la que admitimos nuestra incapacidad de retener la belleza. El amor llega a la velocidad de la luz y el ojo, víctima de tanta belleza, se humedece porque ha perdido demasiado pronto lo que no ha sido capaz de retener. Y, si se dice que en la vida eterna serán enjugadas todas las lágrimas, es solo porque, finalmente, nuestros ojos tendrán la misma consistencia que la luz y serán capaces de recibir toda la belleza sin tener que perderla, todo el amor, sin perderlo, toda la luz, sin perderla. La belleza va mucho más rápido que nuestra capacidad de retenerla porque somos finitos y tenemos que perder las cosas para poder sentir su valor en nuestra carne.